Nació en Peraltilla el día 5 de febrero (festividad de Santa Águeda) del año 1898, en el seno de una humilde familia de labradores en la casa propiedad de sus padres: Blas Nadal Sierra y María de las Nieves Biescas Ramiz, sita en la calle Mayor y llamada casa Nadal.
A los seis años de edad, quedó huérfana de padre y madre, y pasó a vivir con sus tíos maternos: Andrés Budios y Agustina Biescas Ramiz hermana de su madre, estos tíos la cuidaron y la criaron como si fuera su propia hija, y los hijos de estos la tuvieron siempre como su hermana.
A los veinte años, de edad, casó con Mariano Coronas Vidal, y pasaron a vivir a la casa Nadal, tuvieron cuatro hijos, dos hembras y dos varones.
Los primeros tiempos de casados no debieron pasarlo muy boyantes, puesto que tenían unas tierras, pero no tenían medios para cultivarlas.
La Sra. Águeda fue una mujer muy trabajadora, emprendedora, valiente y con ideas muy claras de lo que quería, llevaba en sus venas sangre de comerciante, lo único que necesitaba eran los medios para poner en marcha sus ideas.
Al año de casados tuvieron su primer hijo, fue una niña a la que llamaron, María.
Esta niña, quizás les trajo suerte, pues siendo todavía muy pequeña, la empresa Bilbaína, que estaba construyendo la central eléctrica de La Fortunada les contrató para trabajar, al Sr. Mariano, como matarife y encargado de compras del ganado para carne de la cooperativa de la empresa y a la Sra. Águeda como encargada de la tienda de la cooperativa, donde despachaban la carne y artículos de ultramarinos, que vendían a las familias de los obreros. Allí nació su segundo hijo, Mariano.
Cuando terminó la obra de la central eléctrica, volvieron a Peraltilla a vivir en la casa de su propiedad, donde al poco tiempo nació su tercer hijo, Soledad.
Poco tiempo después, las inquietudes y sus ansias de trabajar en algún negocio, eran tantas, que alquilaron la Posada de Arriba donde abrieron una posada, daban comidas y habitación a los arrieros, trajinantes y vendedores ambulantes que transitaban por la carretera de Barbastro a Huesca y viceversa (entonces la carretera pasaba frente a la puerta de la casa). La Sra. Águeda, era la que llevaba el negocio, además, de cuidar la casa y a sus tres hijos. El Sr, Mariano, se ocupaba de vender el yeso que molían en el molino de yeso ubicado en un edificio adyacente a la posada. Allí tuvieron a su cuarto hijo, Alfredo.
En el año 1932, se trasladaron a su casa natal de la calle Mayor, donde estuvieron muy poco tiempo, ya que alquilaron la casa del Sr, Miguel Beneder (actual casa de Pilar Lacoma, [casa Melchorico]), con la intención de poner un negocio, como la casa era muy grande y gozaba de un gran salón en el primer piso y de gran espacio en la planta baja, abrieron un café-bar en el primer piso, y carnecería y tienda de ultramarinos en la planta baja. La Sra. Águeda, que tenía muchas virtudes: trabajadora incansable, ilusión desbordante, don de gentes para tratar con las personas, se encontraba como pez en el agua.
En la tienda vendía de cuantos alimentos solicitaban los clientes: garbanzos, judías, lentejas, chocolates, galletas, azúcar, embutidos, sardinas de cubo (saladas), etc. etc., e incluso alpargatas miñoneras y abarcas, y por supuesto, las carnes de cordero, ovejas, cabras y chotos y, algunas veces, sardineta fresca que traía de Barbastro.
En aquellos tiempos, en la mayoría de las casas disponían de poco dinero, y la Sra. Águeda, hacía trueques, cambiaba artículos de la tienda y de la carnecería por aceite, huevos, pollos, conejos y perdices de caza, que luego ella iba a vender a las familias ricas de Barbastro, tenía una buena clientela y era muy conocida y apreciada por todos.
En el café, todas las noches había gente joven, de los más asiduos eran: el maestro, Chabala; Ignacio, de casa Algayón; Mariano, Amado; Jesús, de Buil; Tomás, de la Casilla y su hermano Emilio; Calistro, de casa Polito, y otros. Los domingos, iban a jugar a las cartas los casados y abuelos.
En el año 1936, en plena Guerra Civil, se estableció la Colectividad y desapareció la propiedad privada, y requisaron todos los alimentos y demás cosas de las casas, a la Sra. Águeda le requisaron todo lo que había en la tienda, incluso los corderos y demás ganado que tenían para la carnecería, tuvo que cerrar la tienda y la carnecería, solamente le dejaron tener el café-bar, que gracias a las compañías de milicianos que venían, del Frente de Huesca a descansar a Peraltilla, siempre estaba el salón del café lleno de milicianos y el negocio marchaba.
Después de la Guerra Civil, volvió a abrir la tienda y la carnecería, como se habían quedado sin dinero legal, pues el dinero de la República no valía nada, tuvo que recurrir a los prestamistas del pueblo con usura (depredadores) avalando la cantidad prestada con la mejor finca que tenían.
En la tienda, siguió con los trueques de huevos, aceite, pan blanco, etc. etc. para venderlos en Barbastro, en aquellos tiempos había productos que se consideraban como estraperlo: el aceite y el pan. La Sra. Águeda llevaba los huevos, en canastos; los panes, en sacos; el aceite en botellas de litro, los conejos y pollos vivos en jaulas: unas veces llevaba las mercancías en el carro acompañada por su marido o por su hijo mayor, y, las más de las veces, en el coche de Bierge que paraba en la fonda Autobar, en el Coso de Barbastro, donde dejaba las mercancías para luego distribuirlas por las casas de los clientes. En cierta ocasión cuando estaban descargando las mercancías apareció la Guardia Civil y le requisaron el pan, el aceite y los huevos, solamente le dejaron los pollos y los conejos. Se disgusto mucho y recurrió al alcalde de Barbastro, que era uno de sus mejores clientes, quien llamó al capitán de la Guardia Civil para pedirle explicaciones, el capitán le dijo que no podía hacer nada, porque había sido denunciada por un ‹‹individuo›› de Peraltilla.
En el año 1943, una vez arreglada su casa materna pasaron a vivir en ella, siguieron con el negocio de la tienda y la carnecería, dejando el café-bar.
Durante muchos más años fue tendera, carnicera, una buena ama de casa, una buena esposa, madre y abuela.
Fue una mujer avanzada a su tiempo, trabajadora, emprendedora, dinámica, campechana, con espíritu comercial y amable con todos, pero sobre todas las cosas, fue su acrisolada honradez personal y comercial la que le deparó el aprecio y reconocimiento de las gentes.
En Barbastro, durante muchos años, aún después de su muerte, sus clientes, la siguieron recordando con reconocimiento y afecto.
Alfredo Coronas Nadal
Agosto de 2014 |
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